jueves, 13 de noviembre de 2014

LA ESCUELA HOY... EL AFECTO



La dedicación , esencialmente, una obra de amor. No se trata, sin embargo, de un amor sentimental o emocional, sino de manifestar un interés tan marcado por los alumnos y por su crecimiento moral e intelectual que el educa­dor sienta el compromiso hacia ellos, se sienta involucrado, responsable de su crecimiento, se muestre creativo, con el fin de garantizarles la mejor educación posible. Para conseguir todo esto, los educadores se deben esforzar, en establecer relaciones cordiales y afectuosas con los alumnos.
Ganar su aprecio, consideración que permita el encuentro y el trabajo en la confianza mutua y la sinceridad de las personas.
No buscar satisfacción personal en el fondo de esos sentimientos recíprocos, puesto que se trata ante todo, del desinterés del educador, algo gratuito, interior e indispensable.
Ese amor por los alumnos no significa, ni mucho menos, falta de firmeza y exigencia frente a ellos. Es, más bien, un amor exigente.

Amar a los alumnos es respetarlos y reconocer que cada persona es única, respeto que debe ser mutuo: cada uno dentro del papel que desempeña y de los estatutos de la escuela, sin marcar distancias ni caer tampoco en el conformismo artificial. Una relación humana que se establece en la sinceridad aporta siempre algo educativo para la persona.
El clima de fraternidad se refiere al sentido de cercanía, de la acogida afable, del interés sincero y manifiesto por el otro.

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